Hoy escuchaba sobre historia del helado. Los chinos, los griegos, los árabes, los italianos…
La mayoría de las cosas más o menos conocidas, pero de pronto la conversación giró hacia si el General San Martín comía helados y como se hacía para lograr la preparación en Mendoza o en Buenos Aires.
Así llegué a esta fabulosa receta, digna de ser compartida.
- A las cinco de la mañana, llenan de leche, hasta la mitad, dos tarros de lata o zinc, iguales a los que usan los lecheros.
- Se les envuelve en cueros de carnero muy empapados en agua fuertemente sazonada con salitre, o a falta de éste, sal.
- Colocados sobre el lomo de un caballo se le hace trotar una legua (unos cuatro kilómetros) y con el mismo trote se le trae de regreso.
- La leche; que se habrá tenido cuidado de tapar muy bien, ajustando la cubierta del tarro; holgada en su recipiente, se sacude como el mar en borrasca, tornándose como él espuma, al mismo tiempo que el hielo, apoderándose de ella, acaba por paralizarla.
- Así cuando después del trote continuado de dos leguas llega a donde se le espera con fuentes hondas preparadas a recibirle, quitados los tapones, dos cascadas de espuma congelada llenan los recipientes.
- Sazonadas con azúcar y canela, van a la mesa a deleitar el paladar de los gourmets, únicos catadores dignos de estos deliciosos manjares.