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Sharing Cities. Ciudades con sentido común

Sharing cities
Hace un tiempo ya comentamos que al hablar del «mundo sharing» muchas veces se está hablando de una gran etiqueta que abarca mucho y significa poco. Sin embargo, también dijimos que parte de esa etiqueta nos gusta. Nos gusta su puesta en valor del comunal, nos gusta su capacidad de poder pensar en modelos de negocio diferentes, nos gusta su mirada reflexiva sobre las ciudades.

Las ciudades, esos territorios en pugna en los que se disputan modos de vida, son objeto privilegiado para la implementación de políticas públicas que, a su vez, intentan moldearlos. Habitualmente, esto se hace en nombre de los ciudadanos: de su comodidad, de sus recursos, se su inclusión. Pocas veces se les consulta sobre el uso de los espacios, otras menos sobre la priorización de los recursos económicos, casi nunca sobre cómo quieren vivir en esa ciudad. Y con esto me refiero no sólo a cómo quieren habitar el espacio público sino también a qué tipo de negocios quieren emprender, cómo desean consumir, cómo preferirían movilizarse por la ciudad o con quiénes preferirían estrechar lazos de confianza o lealtad.

No es sólo participar

Un presupuesto participativo, por ejemplo, puede propiciar el tomar parte en decisiones preestablecidas sobre una reducida parcela del gasto público. Pero, aun en los diseños más ambiciosos de política participativa, como puede ser una planificación estratégica participativa del territorio, el estado local podrá simultáneamente oponerse e interferir en estilos diferentes de vida, consumo, asociación o producción; muchas veces protegiendo, en nombre del ciudadano, intereses generados por rentas de posición capturadas por grandes empresas. Ejemplo de esto pueden ser la persecución de mercados espontáneos, los intentos de aplicación de impuestos al crowdfunding, la prohibición de transportes compartidos, el cuidado comunitario de niños, los alquileres temporales, etc.

El problema de estas regulaciones no es solamente que coartan el libre albedrío, sino que ponen en tela de juicio la capacidad de los ciudadanos de definir cuáles son los lazos de confianza a los que se quiere circunscribir.

El problema mayor es que el debilitamiento de los lazos de confianza repercute en un aumento de los costes de transacción. Esto es, cuánto menos confío en aquél con quien voy a cerrar un trato (el que fuere), más trámites, permisos y homologaciones voy a requerir para cerrar ese trato, lo cual se traducirá en un aumento (para las personas y para la administración) de tiempo y dinero para poder llegar a un acuerdo.

Sharing Cities

Algunas ciudades entendieron que sus vecinos deseaban otra forma de relacionarse, de moverse, de consumir, de producir y, además, que el darle un marco a esto podía constituirse en una marca para la ciudad. Algunos de esos casos, aunque de manera incipiente, son San Francisco, Seul y Amsterdam.

Seúl, por ejemplo, tiene como algunos de sus objetivos: ampliar la cantidad de infraestructuras compartidas, la promoción de empresas de intercambio existentes, la incubación de nuevas empresas de economía del compartir, la utilización de los recursos públicos ociosos…

La ciudad se propuso esta política como forma de resolver problemas sociales, económicos y medioambientales de manera innovadora. Detectó a la Sharing Economy como una forma de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, la Ciudad del Compartir se convirtió así en una medida para mejorar la vida de los ciudadanos, maximizando a su vez los recursos y el presupuesto de la ciudad.

El objetivo de la Ciudad del Compartir es crear empleo y aumentar los ingresos, frente a las cuestiones ambientales, reducir el consumo y el derroche innecesario, y recuperar las relaciones basadas en la confianza entre las personas. Según Kim Tae Kyoon, director de la División de Innovación Social de Seúl, la recuperación de un sentido de comunidad es un aspecto importante del proyecto.

Una política para cada ciudad

A veces serán bicicletas compartidas y otras parkings seguros para bicicletas en las estaciones de tren; a veces coworkings para nómades digitales o trabajadores liberales, y otras talleres de carpintería, electrónica o prototipado 3D; a veces la reutilización de un edificio vacío y otras la utilización de una escuela cuando no hay clases formales; a veces un mercado barrial en el que los emprendedores puedan testear un producto y a veces una guardería infantil en los bajos de un edificio para que los padres puedan ir a trabajar; a veces una feria gastronómica y otras un restaurante pop up o una cocina comunitaria…

Pero no estoy hablando de dispositivos instalados por los ayuntamientos, hablo de cooperativas de padres, grupos de consumo, asociaciones gastronómicas… porque compartir también significa responsabilidad, pasar a la acción.

El centro está en las necesidades y los deseos de las personas. Una ciudad que mira al futuro, es una ciudad que no interfiere con las necesidades y deseos de sus ciudadanos, que no se obsesiona con las regulaciones en cuanto percibe una nueva tendencia sino que la deja crecer para luego amoldarse a ella. Una ciudad así tendrá más posibilidades de generar riqueza, de atraer talento y de hacer de la creatividad su marca.

Carolina Ruggero, socióloga y experta en políticas públicas

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