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Demencia digital

Harish, a school boy uses a laptop as a calf stands next to him, on the eve of International Literacy Day at Khairat village
Hace unos días leí por ahí el titular de un artículo que me llamó la atención, en forma negativa. Para cuando leí el primer párrafo, la sensación de impresión negativa tornó en desagrado y ahí lo dejé.

La Academia Americana de Pediatría (American Academy of Pediatrics) y la Sociedad Canadiense de Pediatría (Canadian Society of Pediatrics) afirman que los niños de hasta dos años no deberían estar expuestos a ningún tipo de tecnología, que los niños de entre tres y cinco deberían tener un acceso restringido de solo una hora al día, y que entre los seis y los 18 años, los niños deberían acceder durante un máximo de dos horas al día (AAP 2001/13, CPS 2010). Los niños y los jóvenes utilizan la tecnología entre 4 y 5 veces más del tiempo aconsejado, lo que puede acarrear consecuencias nefastas (Kaiser Foundation 2010, Active Healthy Kids Canada 2012).

Hoy lo retomé con un poco más de humor. Menos mal! De no continuar leyendo, me hubiera perdido el apoteósico final del primer párrafo:

Como terapeuta ocupacional, apelo a padres, profesores y gobiernos para que prohíban que los niños menores de 12 años usen todos estos artilugios.

El artículo en cuestión se llama «10 razones por las que se debería prohibir a los menores de 12 años usar dispositivos electrónicos» y, aunque desarrolla alucinantes trastornos como la «demencia digital», no voy a seguir profundizando en él.

Solo diré que tanto este como otros artículos similares me hacen retrotraer a mi infancia. El discurso era el mismo: la tv hace mal a los niños y hay que cuantificar la cantidad de horas de exposición.

Si bien pasé la mayor parte de mi vida pegada a la televisión y el que estuviese encendida, sostuve siempre, no me impedía desarrollar otro tipo de actividades intelectuales de manera simultánea, no voy aquí a ponerme a decir que soy quien soy en la vida por haber mirado mucho a Carozo y Narizota. Por supuesto que es mentira que podía prestar atención de la misma manera con la tele encendida que apagada, pero tampoco hubiera podido ver esas maravillosas telenovelas que tenía estrictamente prohibido ver, ni hubiera disfrutado de seguir la evolución de las mismas a través de los años, así como de otros géneros y de distintos rubros técnicos. Vi de todo, de verdad de todo, hasta tuve mi larga época de relax combinado con programas de chismes/cotilleo. Más allá de mis gustos particulares, la verdad es que me mostró algo de mundo y pasaron varios años hasta que noté sus restricciones.

Lo que quiero decir es que seguramente en esas horas de tele-exposición podría haber hecho otras cosas, de hecho, las que hacía mientras no miraba tele; de hecho, prefería leer libros a cualquier otra cosa pero tenía pocos y a veces me cansaba de leerlos una y otra vez. Lo que está claro es que no me agarró ninguna de esas taras que decían me podían agarrar, como ahora lo dicen los diferentes estudios que hablan de la nocividad de la tecnología para los niños.

El Cuco de la tecnología

construyendo kanoPara empezar deberíamos empezar a rechazar enfáticamente el uso de la palabra tecnología de manera vaga. ¿O acaso pensamos también en prohibir la máquina de vapor?

Luego, me gustaría decir que si no se me achicharró el cerebro mirando tele, que la máxima interacción que permitía era enviar una carta primero y un llamado telefónico años más tarde, no van a arruinar las tablets las mentes de los inocentes.

Aclarado esto, lo que vemos otra vez, es el no hacerse responsables ni de los niños ni de dominar el uso de los cacharros. No puede ser que la abundancia de información y el abaratamiento de componentes digitales de pronto se conviertan en una bomba de tiempo para la infancia.

Es miedo, miedo de no entender lo que hacen y pereza de aprender a cómo convertir ese gusto de los niños en un recurso pedagógico que los puede hacer más inteligentes y más libres.

Además de que periódicos, radio, televisión e internet nos hicieron más libres en cada momento histórico, las experiencias existentes de pedagogía apoyada en y a través de la tecnología son cuantiosas. Las posibilidades de que un niño pueda dominar, a bajo coste, tanto hardware como software están al alcance de la mano y no requieren de científicos laureados tomando el timón. Computadoras, procesadores e Internet dan la oportunidad de entender cómo funcionan las cosas y emitir las propias visiones del mundo, cosa que la tele y la radio no permitían.

Entonces, el problema no es la interacción entre los niños y adolescentes y el mundo digital, el problema son adultos que compran caros dispositivos como objeto de consumo, casi como decoración. El problema es no preocuparse por no ser un simple comprador de cacharros y poder hacer cosas interesantes con los bienes que el siglo nos hace cada vez más accesibles. El problema es despreocuparse por enseñar la importancia del querer aprender.

Carolina Ruggero, socióloga y experta en políticas públicas

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