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Asistentes de proezas

Los sherpas son un pueblo que migró de la provincia china central de Sichuan, hace no más de 500 años a las regiones central y sur del Himalaya.

En 1953 un sherpa, Tenzing Norgay, acompañó a Edmund Hillary en la primera ascensión al monte Everest. Fue el primer sherpa famoso. Era el guía y sin embargo (o por eso) recibió menos honores. Desde ese momento, los sherpas se dedican a guiar a los mejores alpinistas del mundo en su ascenso al Everest. Pero guiar en aquellas cumbres y a los precios de mercado significa preparar el camino saliendo la noche anterior, cargar las tiendas, las provisiones, servir el té caliente y las tostadas por la mañana, bajar una que otra vez si es necesario y alguna cosa más.

No quiero ser pedante dado que yo subo las Barrancas de Belgrano con mucho esfuerzo y ni siquiera me animé a subir andando a Artxanda, pero comparado con esos quehaceres lo que hacen los turistas parece bastante menos significativo.

Hace poco, casi de casualidad vi un documental titulado «Sherpas: héroes del Everest», en el que se contrastan las diferentes visiones que tienen los montañistas y la comunidad sherpa respecto de los ascensos. Pero además, incluye una mirada aun más interesante, una especie de bisagra entre ambos mundos: el operador turístico.

El documental tiene como epicentro una tragedia, la muerte de 13 miembros de la comunidad sherpa tras el desprendimiento de un bloque de hielo en 2014. En el film se muestra claramente el miedo que representa el día previo a la llegada a ese lugar de la trayectoria de ascenso a la cumbre, la «Cascada de Hielo». Es un trayecto que los sherpas hacen de noche, previniendo al máximo el deshielo. A esas horas arman puentes para que los turistas transiten por las zonas, colocan escaleras y suben tiendas, tanques de oxígeno y comida para que al día siguiente todo esté listo para recibirlos.

A partir del desgraciado accidente, la narración aprovecha para rememorar la fricción existente entre sherpas y turistas a lo largo del tiempo. La voz del operador turístico se convierte en una especie de mediador capaz de mostrarnos el punto de vista de cada actor.

A la muerte de los «Ice Doctors» y la natural tristeza que provocó en la comunidad, se sucedió una huelga de sherpas ocasionada, entre otras cosas, por la paupérrima suma que el Estado nepalí proporciona como compensación a las familias de las víctimas. Los sherpas son conscientes de los ingresos que genera la industria del Everest en el país y creen injusto el papel que ocupa su comunidad en el negocio.

En este punto del conflicto, el operador turístico se maneja en un difícil equilibrio: no puede perder la relación de confianza con sus sherpas, sabe que el momento es crítico, la tragedia impactó emocionalmente en mucha gente y su negocio sin ellos no es viable; por otro lado, hay un grupo de turistas en un campamento casi llegando a la cumbre del Everest, han pagado más de 50.000 dólares y quieren continuar.

Y aquí es donde se sucede la escena que motivó esté post, cuando el operador turístico conversa con los turistas sobre la huelga y les comunica que los sherpas no seguirán. Les hace saber que ellos son los primeros en saber que no tendrán con qué alimentar a sus familias ese año así que nada podrá convencerlos con nada.

Algunos de los turistas se encuentran en su segundo intento por lo que su frustración es enorme. Se sienten abatidos, aun los mas optimistas. Tenían un sueño: llegar a la cima del Monte Everest. Coronar su trayectoria de alpinistas experimentados concluyendo con «el» gran desafío de la especialidad.

Ascender el Everest, según los especialistas, no requiere de mayores requerimientos técnicos, en cambio sí exige perseverancia, resistencia física y una gran preparación. Hay que sortear el cansancio, el frío y, por sobre todo, el mal de altura. Hay que reponerse cada día en medio de la montaña para poder seguir al día siguiente. Es un desafío mental y físico. Hay que estar preparado.

Sin embargo, y a pesar del anhelo conquistador, es un sueño que sólo se alcanza con un sherpa. Ninguno de los turistas que se veían frustrados por la huelga se planteo, ni por un sólo segundo, seguir solo. Ni una voz imaginó, ni siquiera como delirio, que podía seguir con su tienda al hombro, que era alpinista, que le indicaran por qué ladera seguir, que por supuesto es más cómodo con el sherpa alcanzándote el té cada mañana, pero que lo importante es hacer cumbre, que para eso estaba allí. Ninguno. Ni uno solo.

Y esa escena, termina para mí de cerrar esa historia. Una historia donde algunos pagan fortunas para vivir una experiencia sin dudas única, pero en la que intentan no mirar de frente a la realidad: alguien sube 4 o 5 veces cada trayecto mientras él lo sube una, para que se pueda encontrar con la comida preparada. Que un ejército trabaja por las noches poniendo rampas y escaleras, anudando sogas, construyendo puentes, para que por la mañana el grupo que se saca las fotos pueda concentrarse solo en respirar y hacer rendir su oxígeno. Ese ejercicio de negación que ha llegado hasta enfrentamientos entre turistas y sherpas, pero que termina con fotos y la ilusión de que perteneces al selecto grupo de humanos que hizo cumbre en el Everest.

Carolina Ruggero, socióloga y experta en políticas públicas

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