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Al agua

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¿Vamos a tomar mate al río? ¿Vamos a ver el amanecer a la playa? ¿Vamos a la costanera que corre más aire?

Ir a ver agua, ir a aprovecharse de su fresco, ir a hipnotizarse con su fluir. Convertirla en paisaje y en escenario. Sumergirse, sobrevolarla, saber que está.

Sabemos que el agua es importante para que broten semillas de la tierra y para que se establezcan puertos. Sabemos que hay tantas bellas ciudades al lado del agua por esa razón.

Pero qué nos hace ir a buscar el agua? ¿Es solo un poco de fresco?

PortmanAprendí a nadar de muy pequeña, creo que el hecho de que mi papá no supiera nadar hizo que sus cinco hijos aprendiéramos cuatro estilos antes de los tres años. Del Tigre ya les hablé, del Azul Profundo también; de amaneceres y atardeceres playeros (dependiendo de la costa) tenemos historias todos.

Podría completar con esos lagos patagónicos que te quitan el aliento, o esos balnearios de río siempre acompañados de asado y Fernet.

RioCosquin

La primera vez que sentí la sequía fue un verano en San Juan. Íbamos a un congreso de sociología y teníamos muchas ganas de divertirnos. Los 1.400 kilómetros de viaje habían sido buenos, el cielo era azul, la ciudad era bonita. Nos habíamos escapado varios de los cierres de lista de las elecciones de la facultad y en un intervalo para los sectarismos, lo que hoy llamarían «la casta» de distintas agrupaciones, estábamos encantados de estar juntos y lejos de Buenos Aires.

La cuestión es que después de unas horas de estar disfrutando del estar lejos, vimos el agua que corría por las acequias y nos dimos cuenta de que no había dónde ir a disfrutarla: había sol, hacía calor, no era Buenos Aires… ¿a dónde están el agua y los chiringuitos? Estaban lejos, pero existía un dique… había que llegar allí. Fuimos.

dique-cuesta-vientoAños más tarde tendría la suerte de volver a esa provincia y conocer uno de los lugares más lindos que me tocó conocer: otro dique, uno que había sido construido en el medio del desierto, convirtiendo a ese pedazo de desierto entre montañas en el paraíso del windsurf y de las semanas santas con amigos.

Alguna vez más sentí la sequía en medio de algún viaje, pero sabía que íbamos hacia el agua.

En Madrid no, en Madrid se siente la sequía. El cielo es azul, la ciudad es bonita, el verano es intenso, muy intenso… y no hay dónde ir a remojarse. Peor, no hay a donde ir a ver agua…

Peru_BeachEstudié materias enteras mirando el Río de la Plata, escuché y conté las cosas más alegres y más dolorosas mirando ese río Marrón. Bailé y me emborraché en la playa, miré pasar el río con amigos disfrutando de la noche en un muelle, pasé horas mirando una ola explotar en una roca, picos reflejarse en lagos, ríos atravesar valles… noches de calor infernal buscando fresco en la costanera correntina, haciendo la digestión y escuchando chamamé.

La pregunta es ¿por qué el agua? ¿Por qué ese fresco especial en la era del aire acondicionado? ¿Por qué esa fantasía de tirarse a que te abrace el agua? ¿Por qué ese ir hacia el agua?

Creo que no es el agua lo que buscamos, es el horizonte. Como si esa carta de navegación estuviera en nuestros genes. Como si tuviéramos una memoria de tierras fértiles y barcos que van buscando nuevos destinos en nuestro ADN… saber que el agua está ahí, tenerla en nuestro horizonte y que ella haga a nuestro horizonte infinito nos da paz, nos da sentido.

Carolina Ruggero, socióloga y experta en políticas públicas

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